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La Puerta de Mariem

La Galicia Cantábrica tiene cantidad de historias que se funden en leyendas, pero siempre queda la pregunta o la duda de si fue verdad, más cuando llegan hasta nosotros constancia de lugares. Os voy a contar una historia/leyenda que tuvo lugar en Ribadeo y que todavía hoy se puede descubrir, la Puerta de Mariem, en el barrio alto de Gibraltar en Ribadeo.



En uno de los paseos del Sr. Paraje Manso por el barrio alto de Gibraltar, le llamó mucho la atención la puerta cegada con su hermoso dintel y le intrigó la curiosidad de cuál sería la causa que movió al dueño a cegar la puerta para siempre.


¿Os gustaría conocer su historia?


Es una voz serena y dulce de mujer la que me hace volver sin sobresalto; absorto, no me había dado cuenta de la presencia de esta señora de esbelta figura que, arropada con una especia de anticuado albornoz, me contempla a corta distancia.


Desde luego que me gustaría, le contestó una vez repuesto de la sorpresa, pero usted…


Escuchad. Hace unos años vivía en esta casa un prestamista llamado Efraín Galf que tenía fama de rico y en efecto lo era. Merced a sus pocos escrupulosos negocios y a la mezquindad con que vivía, había logrado reunir más de dos mil piezas de oro y planta. Todas las noches, cuando se quedaba sólo, levantaba la tapa de un antiguo pozo que había en el interior de la casa, extraía el cofre en donde se contenía su tesoro y se deleitaba contemplando su deslumbrante brillo a la luz de un candil de aceite. Tenía además Efraín una hija llamada Mariem, hermosa como un ánfora de alabastro, dulce como el maná, a la que guardaba como las niñas de sus ojos y que tenía prometida a un riquísimo pariente de Mondoñedo, viejo recaudador de impuestos. Pero un obstáculo, desconocido para él, se interponía al logro de sus planes: el levantino Johan Tusell, atractivo cuarentón de borgiana barba, que llevaba en el lóbulo el dorado anillo de los que hacían la carrera del salitre y cuyos ojos, brillantes como pulidos azabaches, habían suscitado, en el ánimo de la cándida niña, un cúmulo de preguntas inquietantes.

Una noche de otoño, cuando el dormido Efraín sonreía en sueño mientras contaba sus monedas, éstas ya volaban, callejón abajo, después de hacer girar los goznes bien engrasados de esta puerta; la luna hacía brillar la sonrisa del levantino que, en un botecillo de mar silente, abordaba su polacra, aromada con todo el salero de la tierra del sol, que levaba anchas y, antes de haber cruzado la señal con el centinela de San Damián, la dulce Mariem ya había empezado a recibir respuesta a sus preguntas.

Grande fue el alboroto organizado por el viejo Efraín, al despertar y no encontrar a su hija, y más grande todavía, rozando el paroxismo de la locura, cuando, impelido por una cruel sospecha, registró su aljibe. Arrancándose los cabellos y la barba con desesperados tirones clamó por la justicia, olvidando que la flamígera espada tórnase de hojalata si no la empuja el caudal; pretendió armar un jabeque para dar caza a los fugitivos, todo empeño vano: el viento cálido del Sur impulsaba a los amantes y la polacra de Tussel era tan sólo la albura de un pañuelo con formas de mujer que decía adiós para siempre a Ribadeo, remontadas las tierras de Villaselán.

Frenético, el prestamista mandó tapiar la puerta por donde se habían ido sus dos tesoros y maldijo, una y mil veces, a la hija infiel; pluguiendo de Moisés, de Jacob, de Abraham y de David, no le permitieran la entrada en los valles que riegan el Tigris y el Eúfrates del mismo modo que, le quedaba cerrada la puerta del que fuera su hogar.


Y Mariem, ¿fue feliz?


Muy feliz. El levantino, seducido por el sincero candor de la judía, siguió para siempre su luz, olvidando las de todos los puertos. Mariem fue tan feliz durante su larga vida con Tusell, que no siente la menor amargura cuando todos los años, mientras el cálido viento del sur impulsa las hojas maduras hacia el mar, se encuentra con que la puerta de su antiguo hogar continua tapiada.


Prendido en el sortilegio de la trama mis ojos nos se apartan de la puerta. ¡Al fin conocía su secreto¡


Y a usted – inquirí - ¿quién le contó…?


Mi pregunta quedó flotando en el aire. De la misma inesperada forma en que se había presentado, la misteriosa señora había desaparecido.


(*) Esta historia, imaginaria, está inspirada en la portada ciega de la que fue Capilla de Nuestra Señora de la Asunción, en el ribadense barrio de Gibraltar, a la que en 1.750, el Obispo estando de visita mandó dotar de altar, ara, y todo lo demás para celebrar misa.


Fuente: @Juan Carlos Paraje Manso

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